Abel es mi nombre, 16 años son los que tengo de vida. Mi materia favorita es biología y leer novelas de aventuras es lo que más disfruto hacer. Aprendí a leer a los 6 años gracias a mi abuelo Lupe. Su nombre era Lupercio, pero todos le decíamos Lupe de cariño. Vivíamos junto a él con mis papás en un hermoso corregimiento, rodeados de campos y selva, en donde no paraban de escucharse las aves y sólo acallaban su canto en las noches para darle paso a los grillos, las cigarras, las ranas y los sapos.
Cuando digo que aprendí a leer gracias a mi abuelo, no me refiero a que él me enseñó a hacerlo. Toda su vida se dedicó a trabajar en el campo y nunca tuvo la oportunidad de aprender a leer. Sin embargo, siempre tuvo una fascinación por los libros, por eso me motivó para aprender a leer, y al terminar primero primaria ya sabía leer a la perfección. Sin el apoyo de mi abuelo, Lupe no hubiera aprendido a leer tan rápido y tampoco me hubiera gustado tanto hacerlo. Gracias a que, en mi corregimiento, hacía poco tiempo había llegado la luz eléctrica, yo podía leer antes de irme a dormir y mi abuelo me escuchaba hasta que a ambos nos vencía el sueño. Leíamos de todo; cuentos, parábolas, versículos, periódicos, fábulas, salmos, coplas, etcétera. Cualquier escrito que cayera en manos de mi abuelo, yo lo terminaba leyendo.
Ese mismo año, para finales de noviembre, mi abuelo enfermó. Tuvo que quedarse un par de días en cama y yo todas las noches seguía leyéndole con la esperanza de subirle el ánimo. Intentaba escoger cuentos alegres y divertidos o algunas oraciones sobre la confianza y el amor, sin embargo, al terminar cada lectura, mi abuelo se limitaba a dirigirme una pequeña sonrisa y darme las buenas noches.
En cierta ocasión, al finalizar la misa dominical, el sacerdote del pueblo dio la gran noticia, que ese mismo año, por primera vez en nuestro corregimiento, íbamos a contar con alumbrado navideño, gracias a que ya contábamos con servicio de electricidad. Se había destinado un lugar en el parque, muy cercano a mi casa, para poner un altar representando el nacimiento del Niño Dios.
Fue así como, el día en el que se iba a encender por primera vez el alumbrado navideño en mi corregimiento, busqué un fragmento que estaba en mi cabeza. Me senté al lado de mi abuelo y con una voz calmada leí: "Un pueblo que andaba en tinieblas vio la gran luz, porque un niño nos es nacido, en él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres". Al terminar mi lectura, inmediatamente por la ventana entraron reflejos de luces de diferentes colores. Mi abuelo, Lupe, quien no se había levantado en días de su cama, lentamente se puso de pie, se acercó a la puerta que daba a la calle y vio un nacimiento lleno de destellos luminosos. Esas luces y lo que representaban llenaron de esperanza el corazón de mi abuelo y de todos los habitantes del pequeño corregimiento rodeado de campos y de selva.
Autor: Julián David Suaterna González
Edad: 13 años
Municipio: La Belleza